miércoles, 28 de octubre de 2015

El cuento de las uvas

Hoy os contaré la historia de dos hermanos. Una lucha injusta en la que un hermano pequeño atormentaba al mayor. “Siempre eres injusto conmigo” le repetía una y mil veces al día. “Siempre eres injusto conmigo...” Y por eso, en cada oportunidad, el mayor se esforzaba por ser un poco más justo.

Así pues, sería fácil pensar que las quejas acabarían desapareciendo. Pero la injusticia nunca fue real. Siempre fue tiranía, tiranía de un hermano pequeño que sabía que desde la impunidad podía conseguir todo lo que quería. De hecho, trataba así a mucha más gente, pero con su forma de ser acababa saliéndose con la suya y triunfando.

Un día era que el otro escogía la mejor manzana; otro, la mejor silla; otro, la mejor posición; otro, la tarea más fácil; otro; otro y siempre con quejas.

Imaginad pues con los años, el grado de perfección que alcanzó el mayor de los hermanos en su intento por ser justo, aunque nunca fue suficiente.

Y fue entonces cuando llegó el día de las uvas y el mayor de los dos empezó a hacer una ensalada: un poco de lechuga para un plato, un poco para el otro; medio tomate para este, la mitad exacta para el otro; una lata de atún para un plato, otra idéntica para el otro; y en ver los granos de uva... dudó.

“¿Cómo se reparten de forma justa 30 granos de uva?
¿Y si sin querer, me quedo los mejores granos?
Los pequeños parecen más dulces, pero los grandes son más grandes...
¡Ya lo sé! Partiré todos los granos por la mitad exacta y así los repartiré.
Además, de paso, podré extraer las semillas y así no molestarán.”


Y feliz por su ocurrencia y con paciencia infinita comenzó a operar con total precisión.
Los trozos que caían a la izquierda, iban al plato de la izquierda y los de la derecha, al plato de la derecha. Pero tampoco eso contentó a su hermano cuando asomó la nariz... y por eso le recriminó:
-¡Ya estamos como siempre! ¡Te quieres quedar la parte derecha de la uva por ser la más dulce!

Palabras que hirieron mucho a su hermano. Y por eso, decidió quedarse con las partes izquierdas de la uva del resto de granos y guardar la última pieza para flexionar...

Fue así, como a la noche, al llegar a la cama, todavía llevaba en su mano el último grano de uva y en cuanto lo examinó, averiguó la solución...


Y la solución era, que no había solución. Que la uva no tiene parte derecha, ni izquierda, al menos, hasta el momento de ser cortada, y que el dulzor era el mismo en todo el grano. Y así, por fin dedujo que: no hay que hacer siempre caso a las quejas. Aunque eso no quita lo de escuchar con calma a la gente. Pues lo realmente necesario es esforzarse en hacer las cosas bien y gozar, digan lo que digan, del trabajo bien hecho. Y eso es lo que hizo desde entonces hasta siempre.


Fran García
Orpesa, 2015

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