Hoy
os contaré la historia de dos hermanos. Una lucha injusta en
la que un hermano pequeño atormentaba al mayor. “Siempre eres
injusto conmigo” le repetía una y mil veces al día. “Siempre
eres injusto conmigo...” Y por eso, en cada oportunidad, el mayor
se esforzaba por ser un poco más justo.
Así pues,
sería fácil pensar que las quejas acabarían desapareciendo. Pero
la injusticia nunca fue real. Siempre fue tiranía, tiranía de un
hermano pequeño que sabía que desde la impunidad podía conseguir
todo lo que quería. De hecho, trataba así a mucha más gente, pero
con su forma de ser acababa saliéndose con la suya y triunfando.
Un día era
que el otro escogía la mejor manzana; otro, la mejor silla; otro, la
mejor posición; otro, la tarea más fácil; otro; otro y siempre con
quejas.
Imaginad
pues con los años, el grado de perfección que alcanzó el mayor de
los hermanos en su intento por ser justo, aunque nunca fue
suficiente.
Y fue
entonces cuando llegó el día de las uvas y el mayor de los dos
empezó a hacer una ensalada: un poco de lechuga para un plato, un
poco para el otro; medio tomate para este, la mitad exacta para el
otro; una lata de atún para un plato, otra idéntica para el otro; y
en ver los granos de uva... dudó.
“¿Cómo
se reparten de forma justa 30 granos de uva?
¿Y si sin
querer, me quedo los mejores granos?
Los pequeños
parecen más dulces, pero los grandes son más grandes...
¡Ya lo sé!
Partiré todos los granos por la mitad exacta y así los repartiré.
Y feliz por
su ocurrencia y con paciencia infinita comenzó a operar con total
precisión.
Los trozos
que caían a la izquierda, iban al plato de la izquierda y los de la
derecha, al plato de la derecha. Pero tampoco eso contentó a su
hermano cuando asomó la nariz... y por eso le recriminó:
-¡Ya
estamos como siempre! ¡Te quieres quedar la parte derecha de la uva
por ser la más dulce!
Palabras que
hirieron mucho a su hermano. Y por eso, decidió quedarse con las
partes izquierdas de la uva del resto de granos y guardar la última
pieza para flexionar...
Fue así,
como a la noche, al llegar a la cama, todavía llevaba en su mano el
último grano de uva y en cuanto lo examinó, averiguó la
solución...
Y la
solución era, que no había solución. Que la uva no tiene parte
derecha, ni izquierda, al menos, hasta el momento de ser cortada, y
que el dulzor era el mismo en todo el grano. Y así, por fin dedujo
que: no hay que hacer siempre caso a las quejas. Aunque eso no quita
lo de escuchar con calma a la gente. Pues lo realmente necesario es
esforzarse en hacer las cosas bien y gozar, digan lo que digan, del
trabajo bien hecho. Y eso es lo que hizo desde entonces hasta
siempre.
Fran García
Orpesa, 2015
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