Érase
una vez un rey que, como la mayoría de reyes, vivía en un continuo
estado de preocupación, y es que organizarlo todo, mandar mucho y
tener tanto que perder era algo superior a sus fuerzas.
Por
eso, como hicieron otros reyes, un día, cansado de tanta
infelicidad, llamó a sus mejores consejeros y buscó soluciones para
aliviar su pena y ser más feliz. Así, probó diferentes remedios:
dormir orientado al Norte, beber más agua, levantarse con el pie
derecho, conjuros varios, contrabudú, poner una planta de ruda junto
a la puerta de su cámara... pero nada funcionó.
Finalmente,
y como los reyes suelen hacer en estos casos, mandó buscar a la
persona más feliz del reino e intentar sonsacarle el secreto de su
éxito. Como os podréis imaginar, los consejeros volvieron al cabo
de dos días con un campesino viejo y bastante pobre.
El rey
lo miró incrédulo, pero después de todas las justificaciones
recibidas por parte de sus hombres de confianza le preguntó:
-¿Eres
feliz?
A lo
que el campesino le contestó con un rotundo sí.
Después
de una breve pausa, el monarca le pidió que le explicara cómo un
campesino pobre y viejo podía ser más feliz que un rey y este se
explicó:
-Majestad,
y sin ningún ánimo de aparentar, ni de ofender... Yo le pronostico
un exceso de mañana. En mi opinión, usted que lo tiene todo, no
disfruta del presente porque su mente vive en el futuro: ¿y si
mañana hay una nueva guerra? ¿Y si mañana me envenenan? ¿Y si
mañana dejo de ser rey? ¿Y si...? ¿Y si...? ¿Y si...?
A lo
que el monarca respondió:
-Entonces,
si soy pobre... ¡seré feliz! ¿Es eso no?
El
campesino, desconcertado, replicó:
-No lo
creo... Entonces viviría el presente y lo vería gris. O peor,
viviría en pasado y sería victima de la melancolía, recordando
siempre todo lo perdido.
-¡Maldición!
¡No puede ser tan difícil ser feliz!
-Y no
lo es. Yo lo soy.
-¿Y
qué necesitas para serlo?
-Pensamientos
positivos mi rey, pensamientos positivos.
-¿Y
qué es eso?
-Eso
es creer y desear un mañana mejor. Eso es sembrar amor para
recibirlo cuando vuelva a ti y sobretodo, es agradecer al mundo todo
lo que tenemos, por poquito que sea. Por poquito que tengamos tenemos
vida y eso, en sí mismo, ya es un regalo.
Y
entonces el rey asintió, aprendió y entrenó.
No
sabemos si llegó a ser tan feliz como el campesino, pero si sabemos
que lucho por serlo y en un grado u otro lo consiguió. Al igual que
lo hicieron los consejeros y el personal de servicio que escuchó
esta conversación, porque una enseñanza así, bien vale la pena ser
aprendida.
Fran García,
Orpesa 2015
Fran García,
Orpesa 2015
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