miércoles, 16 de marzo de 2016

Miguel necesita ayuda

Miguel ya ha cumplido 10 años. Recuerda con orgullo el día en que consiguió que todo su cole se pusiera en marcha y empezara a trabajar de valiente, para evitar que la suciedad pusiera en jaque a su querido pueblo.

Desde aquel día, entre todos, habían reciclado gran cantidad de residuos y habían recogido de la montaña un poco de todo. Pero los humanos, a veces, son muy inconstantes. A pesar del gran pacto, a muchos niños ya se les había olvidado su compromiso de recoger basuras ajenas y, a los más despistados, recoger la suya propia.

Sí, siempre lo había dicho el abuelito: “lo difícil no es llegar, es mantenerse”.

Pero bueno, tampoco queremos pintar la escena como la mayor de las catástrofes: el bosque estaba más limpio que entonces; la carta que escribió la clase en la hora de Castellano se publicó incluso en el diario de la comarca, lo que generó una mayor conciencia ecológica en la zona; la ópera escolar sobre “la Pandilla Limpiamontes” fue un éxito; y aquel Carnaval disfrazados de contenedores y de residuos, fue la bomba.

No obstante, vistos los puntos fuertes y débiles de todo lo sucedido, a Miguel le faltaba un algo... y no sabía qué. Esta vez, ni las sentencias de su padre, Antonio, fueron capaces de hacerle reaccionar. Su madre, preocupada, también se desvivió por ayudarle a superar esta nueva crisis. Aunque la solución la acabó encontrando en el lugar del que no la podía esperar...

Era primera hora de la tarde y Miguel estaba, de nuevo en su bosque, viendo saltar las ranas en la charca azul, mientras conversaba con los árboles. No es que él creyera que lo árboles le fueran a contestar, pero siempre le había gustado hablar con ellos, incluso abrazarlos. Entonces, vio una bolsa de plástico que venía volando de la carretera y se colaba entre los troncos de los pinos. “¡Vaya cochinada!” fue el único pensamiento que le vino a la mente, sin acertar a hacer nada más. Pero esa vez, ocurrió algo diferente. De detrás del árbol grande apareció un pequeño zorro anaranjado y se le quedó mirando. El muchacho no sabía que hacer: si debía saludarlo, debía esconderse, o la mejor opción sería la de salir corriendo... Y por eso, permaneció quieto. De hecho, siempre había sido muy raro ver animales por ahí, puesto que estos se adueñaban del bosque cuando los niños estaban en el cole, o en la cama.

Repentinamente, el zorro esprintó hasta la bolsa y la dejó a los pies del niño. Miguel, gratamente sorprendido, lo acarició y el zorro le miró a los ojos con una inmensa bondad, justo antes de volver a desaparecer.

Miguel, que volvió a quedarse solo, se preguntaba si había sido un sueño, o era realidad. Pero la respuesta le llegó al cabo de unos minutos, cuando cinco animales diferentes aparecieron de la nada y le obsequiaron con diferentes residuos: un halcón con un pequeño bote de plástico, un conejo con un trozo de periódico, un ciervo con un bidón grasiento, un pequeño erizo con una peligrosa pila de botón y el zorro con un teléfono móvil que alguien había olvidado llevar al ecoparque.

La situación no le podía parecer más surrealista: el halcón le dejó el bote a los pies y le picó la rosquilleta que llevaba, de hecho, Miguel se la entregó entera; el conejo le dejó su papel y recogió las migas; el ciervo cambió su bidón por unas caricias... El erizo, celoso, le dio la pila y se puso panza arriba, para poder ser rascado; y el zorro buscando compañía se recostó a sus pies.

Miguel tardó mucho en explicar esa escena a nadie, aunque todos los días volvía al bosque y así, los animales, siempre guiados por el zorro, le ayudaban a limpiar el bosque. De hecho, con el tiempo aprendieron a llenar diferentes bolsas: una para los envases ligeros, la que luego iba al contenedor amarillo; otra la para el azul, en la que poner papeles y cartones; y otra para el verde, en la que recoger los cristales.

Dibujo de mis alumnos: África, Nella, Jesús, Paula, Alba, Nahia y Amin

Así, poco a poco, los animales se fueron acostumbrando primero a Miguel, y luego al resto de personas. Y al cabo de unos meses, ya era habitual que los animales se arrimaran al linde del bosque, en el que finalmente se ubicó un ecoparque para colaborar con la limpieza de todo el término.

Os puede sorprender, y es que nunca se ha visto algo igual: ¡humanos y animales colaborando para reciclar!

Sé que os gustaría saber el nombre de estos animales, pero ellos mismos nos hicieron saber que no querían tenerlo. Ellos no querían ser los protagonistas, puesto que el verdadero protagonista es nuestro querido planeta y los cuidados que necesita.

jueves, 3 de marzo de 2016

De lo que Miguel no se pudo despreocupar

Miguel volvió otra vez triste del bosque...

Y es que Miguel, con tan solo 9 años, no podía explicarse como llegaba tal cantidad de basura a los alrededores de su pequeño pueblo. Todavía no era capaz de comprender que aquella gran ciudad, a la que se llegaba en coche en un plis plas, generara tal cantidad de residuos.

Así, de vuelta a casa, casi de noche; con su balón bajo el brazo y la bolsita de la merienda enganchada de la correa del pantalón, se encaminó hacia su hogar arrastrando los pies.

-¡No lo puedo entender! -Exclamó desde el umbral de la puerta.
-Buenas tardes hijo. -Contestó la madre- ¿Qué pasa ahora?
-El bosque, los plásticos, los brics... ¡Hasta ruedas de coche! ¡Pobres animales...!
-¿Qué pasa? No te entiendo.
-Eso, que el bosque está sucio, cada vez más sucio...
-¿Y ya has pensado una solución? -Preguntó su padre, que iba cargado con la colada acabada de recoger.
-¿Solución? ¿yo? ¡Eh...! No.
-¿No? Si algo te preocupa, puedes hacer dos cosas: buscar soluciones o conseguir que te deje de preocupar. Pero si te preocupa, te ocupas.

Aquellas palabras de Antonio causaron un gran impacto en su hijo que, al no verse capaz de solucionar el problema, decidió que lo mejor sería conseguir que el bosque le dejara de importar. Pensó: “Es una decisión dura, pero lo debo conseguir.”

Dibujo de mi alumna Ruth - Orpesa 2016


Contra todo pronóstico, la noche fue genial. Miguel consiguió convencerse de que el bosque no era su problema y disfrutó de un fantástico sueño en el que marcaba un triple en el último segundo, dando así la victoria a su equipo en el campeonato escolar de baloncesto.

La mañana siguiente también transcurrió sin sobresaltos; pero a la tarde... al volver a jugar al bosque, la indignación se volvió a adueñar de él: la charca llena de botellas, papeles volando por los aires, escombros, bolsas colgando de los árboles.... Era, sin duda, el momento de elevar tal problema al órgano más resolutivo que conocía: “la asamblea de clase”.

Al llegar a casa esa tarde, trató de disimular su nerviosismo y por la noche le costó conciliar el sueño; pero no podía mirar hacia otro lado. El bosque no era el problema de Miguel, debía de ser el de toda la clase, todo el pueblo, toda la comarca, o tal vez, de toda la humanidad.

De este modo, y a pesar del cansancio, el despertador le pilló con ganas de levantarse, desayunar e ir al cole. Era tal su decisión, que sus padres no comprendían que le había pasado a su hijo que, quince minutos antes de la hora de marchar, ya estaba en frente de la puerta, esperando.

Por ese motivo, aquel día, Miguel fue quien abrió y cerró la asamblea. En ella, se habló y debatió largo y tendido sobre el tema. Incluso el maestro decidió dar todo el tiempo de Naturales a ese asunto, llegando a los siguientes acuerdos por el bien de la ecología:
  1. Reducir el uso de todo: agua, luz, papel, bolsas de plástico, etc.
  2. Reutilizar todo lo posible: no tirando folios a mitad uso, haciendo plástica con materiales de deshecho, gastando los vasos de plástico varias veces, etc.
  3. Disfrazarse en Carnaval de contenedores y deshechos: un “niño-contenedor azul” rodeado de “niños-periódico” y “niños-caja”; un “niño-contenedor amarillo” seguido de “niños-lata” o “niños-bric”; y un “niño-contenedor verde” acompañado por “niños-botella” y “niños-tarro”.
  4. A partir de ahora, cuando los niños fueran a jugar al campo, llevarían una bolsa de plástico, tanto en hora de cole, como de ocio y se comprometían a recoger todos sus residuos y una parte de lo que encontraran por ahí.
  5. Y por último, la clase se comprometía a reciclar todos los días (por lo que el maestro sacó del armario unas bolsas especiales de colores).

Para la hora de castellano quedaba lo de escribir una carta abierta alertando a la humanidad del problema de los bosques y, tal vez, realizar un proyecto de ópera escolar con la ecología por bandera.

Ese día al volver a casa, no podía sentirse más feliz y le contó todo a sus padres, que le dijeron:
-El mundo seguirá contaminando, pero entre todos, con pequeños actos, podemos mejorarlo todo. Estamos muy orgullosos de ti. Corre, apaga la luz, coge el plástico y vamos a pasear.

Y así vio Miguel como se acababa aquel día, en el que había conseguido mucho más de lo esperado.

Fue como darle un gran abrazo a la naturaleza.


Fran García
Orpesa, 2016