Miguel ya ha cumplido 10 años. Recuerda con orgullo el día en que
consiguió que todo su cole se pusiera en marcha y empezara a
trabajar de valiente, para evitar que la suciedad pusiera en jaque a
su querido pueblo.
Desde aquel día, entre todos, habían reciclado gran cantidad de
residuos y habían recogido de la montaña un poco de todo. Pero los
humanos, a veces, son muy inconstantes. A pesar del gran pacto, a
muchos niños ya se les había olvidado su compromiso de recoger
basuras ajenas y, a los más despistados, recoger la suya propia.
Sí, siempre lo había dicho el abuelito: “lo difícil no es
llegar, es mantenerse”.
Pero bueno, tampoco queremos pintar la escena como la mayor de las
catástrofes: el bosque estaba más limpio que entonces; la carta
que escribió la clase en la hora de Castellano se publicó incluso
en el diario de la comarca, lo que generó una mayor conciencia
ecológica en la zona; la ópera escolar sobre “la Pandilla
Limpiamontes” fue un éxito; y aquel Carnaval disfrazados de
contenedores y de residuos, fue la bomba.
No obstante, vistos los puntos fuertes y débiles de todo lo
sucedido, a Miguel le faltaba un algo... y no sabía qué. Esta vez,
ni las sentencias de su padre, Antonio, fueron capaces de hacerle
reaccionar. Su madre, preocupada, también se desvivió por ayudarle
a superar esta nueva crisis. Aunque la solución la acabó
encontrando en el lugar del que no la podía esperar...
Era primera hora de la tarde y Miguel estaba, de nuevo en su bosque,
viendo saltar las ranas en la charca azul, mientras conversaba con
los árboles. No es que él creyera que lo árboles le fueran a
contestar, pero siempre le había gustado hablar con ellos, incluso
abrazarlos. Entonces, vio una bolsa de plástico que venía volando
de la carretera y se colaba entre los troncos de los pinos. “¡Vaya
cochinada!” fue el único pensamiento que le vino a la mente, sin
acertar a hacer nada más. Pero esa vez, ocurrió algo diferente. De
detrás del árbol grande apareció un pequeño zorro anaranjado y se
le quedó mirando. El muchacho no sabía que hacer: si debía
saludarlo, debía esconderse, o la mejor opción sería la de salir
corriendo... Y por eso, permaneció quieto. De hecho, siempre había
sido muy raro ver animales por ahí, puesto que estos se adueñaban
del bosque cuando los niños estaban en el cole, o en la cama.
Repentinamente, el zorro esprintó hasta la bolsa y la dejó a los
pies del niño. Miguel, gratamente sorprendido, lo acarició y el
zorro le miró a los ojos con una inmensa bondad, justo antes de
volver a desaparecer.
Miguel, que volvió a quedarse solo, se preguntaba si había sido un
sueño, o era realidad. Pero la respuesta le llegó al cabo de unos
minutos, cuando cinco animales diferentes aparecieron de la nada y le
obsequiaron con diferentes residuos: un halcón con un pequeño bote
de plástico, un conejo con un trozo de periódico, un ciervo con un
bidón grasiento, un pequeño erizo con una peligrosa pila de botón
y el zorro con un teléfono móvil que alguien había olvidado llevar
al ecoparque.
La situación no le podía parecer más surrealista: el halcón le
dejó el bote a los pies y le picó la rosquilleta que llevaba, de
hecho, Miguel se la entregó entera; el conejo le dejó su papel y
recogió las migas; el ciervo cambió su bidón por unas caricias...
El erizo, celoso, le dio la pila y se puso panza arriba, para poder
ser rascado; y el zorro buscando compañía se recostó a sus pies.
Miguel tardó mucho en explicar esa escena a nadie, aunque todos los
días volvía al bosque y así, los animales, siempre guiados por el
zorro, le ayudaban a limpiar el bosque. De hecho, con el tiempo
aprendieron a llenar diferentes bolsas: una para los envases ligeros,
la que luego iba al contenedor amarillo; otra la para el azul, en la
que poner papeles y cartones; y otra para el verde, en la que recoger
los cristales.
Dibujo de mis alumnos: África, Nella, Jesús, Paula, Alba, Nahia y Amin |
Así, poco a poco, los animales se fueron acostumbrando primero a
Miguel, y luego al resto de personas. Y al cabo de unos meses, ya era
habitual que los animales se arrimaran al linde del bosque, en el que
finalmente se ubicó un ecoparque para colaborar con la limpieza de
todo el término.
Os puede sorprender, y es que nunca se ha visto algo igual: ¡humanos
y animales colaborando para reciclar!
Sé que os gustaría saber el nombre de estos animales, pero ellos
mismos nos hicieron saber que no querían tenerlo. Ellos no querían
ser los protagonistas, puesto que el verdadero protagonista es
nuestro querido planeta y los cuidados que necesita.
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